Estás en Irlanda, en un tren camino a Malahide. Quizás estás en Camerún, en un autobús, volviendo de Kribi dirección a Douala. O tal vez vas en el Trans-siberiano cruzando la frontera entre China y Mongolia. De repente, en ese transporte público en el que pasas tantas horas, en un lugar tan extraño para tí hay una madre con un niño. Y el niño te mira, eres diferente, eres blanco caucásico, te mira fijamente y sonríe sin dejar de clavar sus ojos en los tuyos…
En ese momento todo un mecanismo de procesos cerebrales te conducen a la empatía, te llenas de vida por dentro. La sonrisa de un niño es la sonrisa de un niño, da igual su color, o su raza, quizás es pelirrojo y con pecas, quizás asiático de ojos rasgados, quizás es negro. Es imposible no devolver esa sonrisa. Es curioso nuestro instinto de protección y ternura y lo profundo que llega un gesto tan sencillo. Lo tenemos muy marcado en nuestro ADN.
Recuerdo perfectamente tres sonrisas en las tres situaciones que he expuesto al principio. Recuerdo a esos tres niños…